Hace 37 años en San José, estado de Zulia en Venezuela, nació Carmen Ambrosina Herrera. Ella es la menor de siete hermanos. Creció con su familia en su pueblo natal, una región marcada económicamente por la agricultura y la pesca.
Siempre se destacó por ser buena estudiante, le gustaba aprender. Terminó su bachillerato a los 17 años y realizó su primera carrera técnica en Comercio Exterior. Empezó a buscar trabajo, pero donde residía era un lugar muy complejo para encontrar un puesto.
Tomó la decisión de dejar su tierra y se aventuró a la ciudad, por lo que se mudó a Valencia estado de Carabobo, allí se pudo ubicar laboralmente en una tienda por departamentos. Asumió el cargo de vendedora, donde gracias a su buen desempeño la promovieron como encargada de una de las áreas, cargo en el que se desempeñó por tres años.
Gracias a la experiencia obtenida, ella pudo cambiar de compañía e inició como vendedora para una marca de telefonía móvil en Venezuela, en la que estuvo por algunos unos meses. Lastimosamente, su familia le comunicó que su padre estaba pasando por complicaciones de salud, debido a una enfermedad y ella optó por regresar a su pueblo para hacerse cargo de sus cuidados.
Al llegar a casa, sus hermanos le ayudaron económicamente para que Carmen asumiera 100% el cuidado de su progenitor. A pesar ser una tarea que requería prácticamente de todo su tiempo, ella encontró la forma de seguir estudiando, así que realizó una segunda carrera como Técnica en Registro y Estadística en Salud.
Gracias a su constancia y esfuerzos pudo culminar sus estudios, pero la vida le dio un duro golpe al fallecer su padre. Hizo sus pasantías es un hospital y laboró allí por un tiempo, pero la difícil situación de su país empeoró y quedó sin trabajo. En ese momento Carmen entendió que era momento de migrar en busca de un futuro mejor.
Un nuevo inicio
En febrero de 2019 arribó a Colombia, específicamente a Medellín. Allí tenía una prima que le brindó hospedaje. Decidida a salir adelante en Colombia se le midió a ser pregonera en un restaurante, entonces su sueldo era la paga que hacía por los clientes que lograba convencer para que entraran al negocio. En esa labor duró cinco meses. Luego, Carmen probó suerte en otros trabajos, pero la vida le volvía a dar la espalda; inició la pandemia y se quedó sin trabajo.
“Por cuarentena estuve durante dos meses en casa. Estaba desempleada y angustiada. Luego salí a la calle a rebuscarla. Vendí tintos y sándwich, pero eso no daba para el sustento. De pronto una amiga me dijo que vendiéramos tapabocas y yo no le tenía fe a eso. Hubo mucha gente haciendo lo mismo, pero nos arriesgamos, invertí 10 mil pesos y arrancamos”, narró la mujer.
Asimismo, explicó que, a pesar de no tener esperanza en ese negocio, les empezó a ir bien y las ventas se movieron bastante. Por lo que tuvo que ir comprando más tapabocas por la demanda que iba logrando.
“Luego pensé que esto podría ser algo temporal, entonces quise comprar otros productos que pudiera comerciar para cuando la demanda de los tapabocas disminuyera y comencé a invertir en otros artículos de ropa como medias, bóxer y cacheteros, esa mercancía la guardé por un tiempo y en diciembre de 2020 conseguí un carrito donde los empecé a mostrar y emprendí”, señaló Carmen.
De esa manera, sin pensarlo mucho y con los giros del destino, a la migrante venezolana se le abrieron las puertas para crear su propio negocio e -increíblemente- se dio en plena pandemia. Además, creó una ruta por algunos barrios de Medellín para ir moviéndose con el ‘carrito’ y comercializar los diferentes productos de ropa y tapabocas.
Una cultura de formación
Siempre le ha gustado aprender, por eso fue buena alumna en el colegio y tiene dos grados técnicos. Para esa época en la que iniciaba su negocio, escuchó acerca del programa de formación especializada de Empropaz y se inscribió.
Para ella, uno de los componentes más importantes del acompañamiento tuvo que ver con la parte psicológica, ya que consideró que “de una u otra manera nos explican que migrar es como un duelo que hay que vivir, porque se deja atrás todas las creencias, cultura, la familia y los amigos. Ese apoyo y esa visión lo fortalecen a uno mentalmente”.
De igual manera, destacó los conocimientos que adquirió sobre el manejo de finanzas y el poder capitalizar el emprendimiento. Gracias a su constancia, terminó su proceso de formación de forma exitosa, por lo que Carmen recibió por parte de Bancamía, entidad líder del programa, un crédito semilla que usó para invertir en más mercancía y potenciar el crecimiento de su negocio.

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