El 28 de febrero de 1972 nació Ninfa Herrera Domínguez, quien estaría destinada a convertirse en una protectora de la cultura indígena, su gastronomía y creencias. Su niñez inició en el pueblo Uitoto de la Amazonía colombiana, pero la cruda guerra que azotó al país hizo que su familia tuviera que desplazarse a Florencia para proteger sus vidas.
Entendiendo que el camino continuaba, su familia asumió el reto. Sus padres sabían que para que su hija saliera adelante, era fundamental continuar estudiando, eso la llevó a terminar su bachillerato en Florencia y luego a realizar una carrera técnica en atención a la primera infancia, estudios que le permitieron trabajar con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar como cuidadora en hogares comunitarios.
Por su cultura indígena, siempre estuvo cerca de las comunidades y asistía de manera constante a los cabildos de la región para trabajar en su favor. Llegó a estar tan involucrada en el trabajo con la comunidad que se convirtió en Gobernadora indígena. Hace seis años, visitó la zona de La Montañita en Caquetá, de donde sus padres también fueron desplazados en la década de los años 50; allí quiso conocer más sobre sus raíces, pero en los archivos de la Casa de Cultura se encontró con que los Uitotos eran considerados un pueblo que ‘existió’, pero no se evidenciaba su existencia actual.
“Eso me llevó a pensar en cómo trabajar para que mis raíces no desaparecieran. Me radiqué en la zona y logré constituir el cabildo K+G+FENE MURUI o ‘Gente de Centro’. Imaginé que una de las maneras de proteger nuestro pasado era a través de su gastronomía y empecé a idear la manera de hacerlo y formar algún emprendimiento. Precisamente, para ese momento, escuché de EMPROPAZ, entonces decidí tomar la formación que allí brindaban”, comentó Ninfa.
A la par que se iba formado con EMPROPAZ, fue estructurando de mejor manera la idea de negocio que tenía en su cabeza. Así fue como pudo crear su unidad productiva: un restaurante en el que prepara comida típica de su cultura y vende artesanías, además siembra semillas ancestrales de sus orígenes (recopiladas a lo largo de los últimos años) y así inició un banco de semillas, donde se destacan productos como la yuca brava y dulce, productos que ella asegura se han ido perdiendo de la historia indígena.
El cabildo o asentamiento donde fundó el Espacio Cultural Ancestral y Gastronómico, está ubicado en la vereda Semillas de Paz, finca La Reforma y se denomina La Reserva, el cual consta de tres hectáreas. Allí, reside con sus tres hijas y varias familias que apoyan el proyecto.
“Vendemos artículos como artesanías, pero uno de los productos más solicitados es el ají negro, que es de nuestro territorio. El restaurante se movía muy bien antes de la pandemia; ahora nos tuvimos que enfocar en domicilios por bioseguridad. De forma presencial solo recibimos visitas de máximo seis personas, generalmente son grupos de turistas que escuchan de nosotros y les preparamos toda una experiencia con la comida de nuestras raíces. Mientras comen les contamos la historia de los alimentos que consumen y el por qué los antepasados se alimentaban de ellos, esa es mi manera de darle a conocer al mundo parte de nuestra cultura porque acá llegan personas de cualquier parte del planeta”, recalcó la emprendedora.
Asimismo, agregó que por medio de EMPROPAZ pudo adquirir herramientas y conocimientos sobre temas administrativos, innovación, finanzas y lo considera un aprendizaje integral porque le permite tener una visión de cómo estructurar un emprendimiento para proyectarlo de manera sostenible hacía el futuro.
“El negocio lo administra una de mis hijas y tenemos un domiciliario. Me apasiona proteger parte de mi cultura que se estaba extinguiendo, de hecho, la idea surge porque yo veía compañeras que les daba pena comer algo autóctono delante de otras personas y lo hacían a escondidas. Les daba pena que se supiera que tenemos platos con larvas, hormigas, plantas o frutas, eso no debe ser motivo de vergüenza, al contrario, es una comida saludable”, concluyó.
El sueño se sigue construyendo
Ninfa es una mujer imparable, pues sigue cosechando para crecer como empresaria y, a la vez, cumplir con su misión de preservar sus raíces a través de la gastronomía. Después de la pandemia, ella reabrió las puertas de su restaurante en la sala y el comedor de su casa en Florencia, siempre con el apoyo de sus hijas que se sienten también orgullosas de su legado indígena.
Al mismo tiempo, se mantuvo activa, participando de las actividades de la organización Autoridades Tradicionales Indígenas de Colombia Gobierno Mayor, la cual reúne a dirigentes como Ninfa, quienes representan a sus pueblos que están ubicados en diferentes departamentos de Colombia para trabajar por sus derechos y la conservación de las costumbres ancestrales, entre otras cosas.
Continúa siendo Gobernadora de su asentamiento en el municipio de La Montañita, lugar donde nació la idea del restaurante y de donde sigue extrayendo parte de los productos que utiliza en sus preparaciones, sin embargo, Ninfa ha empezado a escribir un nuevo capítulo en la historia de su proyecto empresarial desde abril de este año.
Hace menos de dos meses, en el barrio Juan XXIII que está ubicado en la ciudad de Florencia, Ninfa abrió las puertas de un local donde funciona de manera exclusiva su negocio bajo el nombre de ‘Espacio Cultural y Gastronómico Monifue’, en el cual permanece involucrada su familia de una forma muy activa.
En este lugar se ofrece toda una experiencia donde “los comensales no solo van a comer, sino también a alimentarse de esos conocimientos que salvaguardamos como pueblo indígena”, comentó la microempresaria.
En este lugar las personas pueden degustar productos propios de la región como una línea de frutas exóticas amazónicas, distintos platos con base en la yuca brava y varios pescados (sábalo, pirarucú y la cachama) preparados con recetas ancestrales.
Pero Ninfa ha ido mucho más allá, pues ha traslado su oferta gastronómica hasta el centro de la capital del país, más exactamente cerca del Parque de los Periodistas, donde opera bajo el modelo de reservación para grupos mínimo de seis personas y máximo de 15.
Aunque en este momento no cuenta con la capacidad, está evaluando la posibilidad de abrir un punto permanente en Bogotá. Mientras tanto, cuando le piden ofrecer comida en grandes cantidades, por ejemplo, para las reuniones de la Mesa de Concertación de las Comunidades Indígenas en las que participan entre 60 y 120 personas, se apoya de una de sus sobrinas quien, siguiendo los pasos de su tía, abrirá dentro de poco su propio restaurante, también en el centro de la ciudad.